martes, 6 de noviembre de 2018

El perdón

“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado”.
Salmo 32:1
Muchas veces a lo largo de nuestra vida cometemos muchos errores, ya nos gustaría escribir siempre sin ningún error en la página en blanco de nuestra vida. Cada vez que volvemos a releer en el libro escrito de nuestra vida vemos aquellos tachones, aquellas decisiones erróneas, aquellas malas acciones cometidas, las oportunidades desaprovechadas, etc. y ya nada podemos cambiar en nuestro pasado, el camino recorrido ya está recorrido, los pasos dados, ya están dados, las huellas que han quedado marcadas en nuestro pasado no las podemos borrar…

Pero además lo que más nos duele es el daño que hemos podido hacer a aquellas personas que amamos, que son importantes para nosotros, ¿Cuántas veces hemos perdido un amigo o una amiga por nuestra forma de actuar, o por no controlar nuestra lengua? ¿Cuánto no daríamos por recuperar la amistad de aquella persona que fue nuestra esposa o esposo?

Todo error, las ofensas, la mentira, la agresión física o transgresión de la ley nos aleja de las personas a las que un día estuvimos muy unidas, pero cuando recibimos el perdón y ese perdón es sincero de tal forma que por mucho que busquemos ya no aparece en nuestro libro de la vida, para nosotros es un alivio un descanso, y el sentimiento de dolor interior y las lágrimas se convierten en gozo y alegría. Esto es lo que quiere reflejar en este Salmo David. “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado”.

El primer paso para obtener el perdón es reconocer el error o el pecado y el segundo paso es confesarlo delante de Dios pero también delante de aquella o aquellas personas a las que hemos ofendido. Mientras no confesemos nuestros pecados y no pidamos perdón por nuestras ofensas no podremos comenzar esa restauración de nuestro interior, sino todo lo contrario el pecado nos destruirá poco a poco y acabará con nuestra felicidad y nuestro gozo. Decía el Salmista: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (Salmo 32:3).



El perdón de nuestros pecados y la restauración de nuestra vida pasada está al alcance de nuestra mano solo tenemos que acudir delante de Dios y pedir perdón por las ofensas que contra él o en contra de nuestros semejantes hemos cometido.

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9).

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