domingo, 19 de abril de 2020

¿Cuál es el más grande mandamiento de toda la ley?

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la Ley?
Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.
Mateo 20:36-40

El cristianismo se desarrolla entre dos ejes principales: el amor al prójimo y el amor a Dios.

Escuchamos, en muchas ocasiones, a nuestros amigos y amigas, a nuestros conocidos, a nuestros vecinos y vecinas, “yo no hago mal a nadie”. Es una frase que emerge a la luz a menudo cuando queremos presentar el Mensaje de Jesús, en especial cuando se toca el tema del pecado y de la culpa. Solo el Espíritu Santo de Dios puede convencer al hombre o a la mujer de su pecado: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí;” (Juan 16:8-9). Y, ¿Habrá pecado mayor que no creer en Dios y en su hijo Jesús? Como Jesús declaró, su propósito era venir a rescatar a aquellos que reconocen su impotencia, que muestran necesidad de Dios, necesidad de salir del pecado,... aquel que se reconoce imperfecto. Para aquel que no tiene, ni siente necesidad de cambio, para este, no ha venido Cristo.

Pero, ¿Quién es aquel que nunca ha ofendido? ¿Quién es aquel que nunca se ha airado, o mentido, o pronunciado alguna palabra obscena? No, no somos libres de pecado. Pero además en ese rechazo a creer, estamos cometiendo el mayor pecado delante de Dios, no solo estamos diciendo que no era necesaria la muerte del Hijo de Dios en la cruz, también menospreciamos el mayor gesto de amor que Dios ha hecho por la humanidad. ¿Podrá haber después de esto salvación para el hombre o para la mujer?

Teniendo presentes a aquellos que había creído en su mensaje el apóstol Pablo oraba a Dios en estos términos: “... seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3: 18-19).

No basta con amar al prójimo como a uno mismo, lo cual por otro lado es complejo,… pues siempre brotan intereses propios, que en muchas ocasiones son contrapuestas a los del otro, surgen malos entendidos, palabras que ofenden, gestos, actitudes,… el ser humano es complejo y como dice el refrán: “No se puede satisfacer y agradar a todos”. Tenemos que preguntarnos: ¿Cuál es nuestra respuesta al gesto divino de acercamiento al hombre y la mujer, de rescate y de perdón del pecado? ¿Es la descrita por Pablo: “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21)? La actitud más común en el mundo que vivimos es de rechazo, de no reconocer nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad,… de no colocar a Dios en el lugar que le corresponde como Creador y Señor de todo lo creado,… de nosotros mismos también. El orgullo del ser humano impide su reconciliación con el creador, de la misma forma que nuestro orgullo nos impide la reconciliación con nuestros padres, con nuestra familia, con nuestro ex-marido o ex-mujer, con nuestros hijos, con esos amigos o amigas que hemos perdido.

Pero también está aquel que dice amar a Dios y aparenta de cara a la galería una vida perfecta delante de Dios pero luego no ama a su propio hermano, o no perdona a aquel que le ha ofendido, a aquel que le ha agraviado, etc. La conclusión del apóstol Juan es muy clara: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1ª Juan 4:20). Y sobre el perdón Jesús también fue muy claro: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).

Una característica que identificaba a los nuevos creyentes era justamente el amor y el servicio a los demás: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32). Y esta característica cautivó a otros muchos a buscar a Dios y buscar la paz, el gozo y la armonía que en ellos había. Jesús, nuestro Maestro, invitó a aquellos que querían seguirle a responder en todo momento con bien frente al mal: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:44-48). Difícil, pero debe ser la meta del cristiano.

Los consejos de los apóstoles en este sentido también eran muy claros; el apóstol Pablo dijo: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1º Corintios 13:13) y el apóstol Pedro insiste en que el amor cubrirá multitud de pecado de la misma forma que el amor de dios cubrió los pecados de toda la humanidad: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1ª Pedro 4:8).

El amor a Dios y a sus criaturas van unidos, no se pueden separar, reflexionemos por tanto interiormente sobre cual es nuestra respuesta a su llamado.

“Diles, pues: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos” 

Zacarías 1:3

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