y vio y oyó su palabra?
¿Quién estuvo atento a su palabra y la oyó?…
Si ellos hubieran estado en mi secreto,
habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo,
y lo habrían hecho volver de su mal camino
y de la maldad de sus obras.
Jeremías 23:18, 22.
Jesús, y era Hijo de Dios, siempre dedicaba un tiempo para estar a solas con su Padre. En muchos lugares de los evangelios habla de esta realidad. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35). Previamente a los grandes acontecimientos en la vida de Jesús, él había pasado tiempo orando. Los discípulos vieron que la oración era tan importante en la vida espiritual que pidieron a Jesús que les enseñase a orar. “—Señor, enséñanos a orar“ (Lucas 11:1).
Cuando los discípulos se encontraron impotentes ante aquel hombre que estaba endemoniado y al cual no pudieron sanar, la respuesta de Jesús ante la pregunta de los discípulos: ¿Por qué no hemos podido nosotros echarlo fuera? Fue inmediata: “—Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9:29). El orar es clave en la vida cristiana, nuestra comunicación con Dios es a través de la oración. Todos aquellos que fueron grandes hombres de Dios así lo entendieron, el propio apóstol Pablo dijo: “Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1ª Tesalonicenses 5:17-18).
La oración era una práctica habitual en el judío, tres veces al día, por la mañana, Shajarit (en hebreo: שַחֲרִת) (en hebreo: שַחָר shajar) "amanecer", por la tarde, Minjá (en hebreo: מִנְחָה) y al caer la tarde, Arvit (en hebreo: עַרְבִית) o Maariv (en hebreo: מַעֲרִיב) "anochecer". Estas oraciones, como acontece aún hoy en día eran públicas, en las calles, en el templo,… Y el objetivo muchas veces era que la gente los alabasen y vieran lo devotos que eran.
Jesús dijo, de una forma clara, que la clave no era la oración pública, sino aquella que se realizaba en secreto, en secreto con Dios. Cuando uno abre su corazón a otra persona no quiere testigos, ni público, ni espectadores, quiere estar a solas con esa persona, con su amigo o amiga personal e íntima.
Jesús dijo a aquellos que le escuchaban la lección siguiente: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:6).
Jesús mismo en el monte de los olivos, antes de ser entregado, dejo a al grueso de los discípulos en un lugar, allí en Getsemaní, y se fue con Pedro, Jacobo y Juan a un lugar a parte a orar, pero aun estando con ellos, y estando su alma triste hasta la muerte, busca el estar con el Padre a solas. “Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que, si fuera posible, pasara de él aquella hora” (Marcos 14:35). Es imprescindible tener ese momento de intimidad a solas con Dios, para abrir nuestro corazón a él, es ese el momento en el cual no hay barreras, estamos desnudos ante él, él conoce nuestros defectos, nuestros pecados, aún aquellos que nadie sabe, solo nosotros. En eses momentos no podemos mentirle, las disculpas sobre nuestra desobediencia no tienen cabida en esa conversación, él sabe lo que hay en nuestro interior, es el momento para el lloro, la lamentación, la sinceridad, para pedir perdón y recibir su perdón. Es tiempo de renovar las fuerzas perdidas, de ser renovados por el Espíritu Santo de Dios.
El evangelista Leonard Ravenhill decía: si las oraciones públicas en las iglesias son sin poder de Dios, pobres, es porque esas personas no han estado tiempo en el lugar secreto con el Señor. “El secreto de la oración es orar en secreto”.
Cuando leía en el pasaje de Jeremías la frase “Si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo”, vino a mi mente Las palabras de Jesús: “Ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mateo 6:6).
Aquellos que se creían pastores, profetas y maestros, en tiempos de Jeremías, delante del Pueblo de Israel, no se habían humillado delante de Dios, no se habían puesto a su servicio, no se habían despojado de toda idea preconcebida y presentarse desnudos ante Dios en el lugar secreto de Dios. Dispuestos a oír su voz, a cumplir sus mandamientos, escudriñar su palabra, escuchar los secretos de Dios, los planes que Dios tenía para su pueblo, la palabra con la cual debían amonestar y guiar al rebaño de Dios.
Es imprescindible para el cristiano estar en el secreto de Dios, pero aún más imprescindible para aquellos que sirven a sus hermanos como pastores, evangelistas, maestros, ancianos, diáconos, etc. El siervo de Dios, David, decía: "En lo secreto me has hecho entender sabiduría" (Salmo 51:6).
“La oración es el balbuceo entrecortado del niño que cree, el grito de guerra del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que se duerme en los brazos de Jesús. Es el aire que respiramos, es la clave secreta, es el aliento, la fortaleza y el privilegio de todo cristiano”.
Charles Spurgeon.
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