Después de que a lo largo de toda la historia de la humanidad, la mujer fue relegada a un segundo plano y eso que sin ella la especie humana se extinguiría. A partir de las protestas del 8 de mayo de 2018 los dirigentes de todos los países que se consideran modernos y democráticos decidieron abordar esta injusticia y darle a la mujer más visibilidad, protagonismo y reconocer su labor, su talento, su valor, su inteligencia, su capacidad, su sabiduría, su contribución a la sociedad, etc.
Pero no siempre fue ignorada la mujer, en la Biblia encontramos muchos ejemplos en los cuales la mujer es protagonista, y realiza una labor importante en los planes de Dios, un ejemplo lo encontramos en concreto en el Libro de Reyes. Cuando se menciona el nombre de un nuevo rey aparece también el nombre de su madre: “Cuando Josías comenzó a reinar tenía ocho años de edad, y reinó en Jerusalén treinta y un años. El nombre de su madre era Jedida, hija de Adaía, de Boscat” (2ª Reyes 22:1).
El papel de la madre era de vital importancia para su educación y formación, tenía una gran influencia en el gobierno así como en su nombramiento como rey; recordemos la intervención de la madre de Salomón, Betsabet, ante David para que este fuese nombrado sucesor en el trono. En otras ocasiones empezaban a gobernar muy jóvenes, incluso de niños, y la figura de la madre era clave. Podéis indagar más sobre este tema, pero yo quiero aquí hacer un inciso sobre el reinado de Josías.
Josías desde una edad muy temprana con 16 años aproximadamente, comenzó a buscar al Dios de David, a los 20 años decidió limpiar a Judá y Jerusalén de los lugares altos de idolatría, destruyendo las imágenes de falsos dioses y diosas. Tenía 26 años de edad cuando en el proceso de reparación del templo de Salomón aparece el libro de la Ley de Jehová. (2ª Crónicas 34). ¡Qué importante es la enseñanza y la búsqueda de Dios desde una edad temprana!
Siendo, por tanto él, joven, los que estaban limpiando el templo que Salomón había edificado a Jehová encontraron el libro de la Ley de Dios. “Entonces el sumo sacerdote Hilcías dijo al escriba Safán: «He hallado el libro de la Ley en la casa de Jehová.»” (2ª Reyes 22:8).
El libro de la Ley es traído ante el rey Josías y leído en su presencia. Al momento se percata de la gravedad en la que él se encuentra y todo el pueblo del reino de Judá, rasga sus vestidos y envía a los sacerdotes a consultar a Jehová sobre las consecuencias del quebrantamiento de la Ley de Dios.
Pero, ¿a quién van ellos a consultar?, pues van a consultar a una mujer. “Entonces el sacerdote Hilcías, Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, fueron a ver a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva hijo de Harhas, encargado del vestuario, la cual vivía en Jerusalén, en el barrio nuevo de la ciudad, y hablaron con ella” (2ª Reyes 22:14). ¿No podían consultar los propios sacerdotes a Jehová? ¿No había ningún varón profeta en Judá temeroso de Dios? Como muchas otras grandes mujeres nombradas a lo largo de la Biblia, esta mujer dio muestra de que su fe no había desfallecido a pesar de que todo el pueblo del reino de Judá había abandonado a Dios y había seguido a otros dioses, ella permanecía fiel y mantenía una relación estrecha con Dios. Hulda, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén, hoy en día diríamos en las afueras, no vivía cerca del templo, pero seguía manteniendo su fe y trabajando en el mantenimiento del vestuario sacerdotal y real.
Había sacerdotes de la tribu de Leví sirviendo en el Templo, aquí se menciona a varios, entre ellos a Hilcías, que era el Sumo Sacerdote, que mandaba en todos ellos; estos debían ser guía del pueblo de Dios, eran consagrados solo para servir a Dios, tenían que realizar los holocaustos, interceder por el pueblo de Israel, enseñar la Ley, velar por su cumplimiento, encargarse de todas las cosas del templo,… No hacían nada de estas cosas y habían abandonado a Dios, su Ley, sus mandamientos, la oración e incluso en el propio templo, la casa de Jehová, había una imagen de Asera a la que se le rendía culto, la cual fue retirada por orden de Josías: “Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo” (2ª Reyes 23:6).
Pero, ¿a quién van ellos a consultar?, pues van a consultar a una mujer. “Entonces el sacerdote Hilcías, Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, fueron a ver a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva hijo de Harhas, encargado del vestuario, la cual vivía en Jerusalén, en el barrio nuevo de la ciudad, y hablaron con ella” (2ª Reyes 22:14). ¿No podían consultar los propios sacerdotes a Jehová? ¿No había ningún varón profeta en Judá temeroso de Dios? Como muchas otras grandes mujeres nombradas a lo largo de la Biblia, esta mujer dio muestra de que su fe no había desfallecido a pesar de que todo el pueblo del reino de Judá había abandonado a Dios y había seguido a otros dioses, ella permanecía fiel y mantenía una relación estrecha con Dios. Hulda, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén, hoy en día diríamos en las afueras, no vivía cerca del templo, pero seguía manteniendo su fe y trabajando en el mantenimiento del vestuario sacerdotal y real.
Había sacerdotes de la tribu de Leví sirviendo en el Templo, aquí se menciona a varios, entre ellos a Hilcías, que era el Sumo Sacerdote, que mandaba en todos ellos; estos debían ser guía del pueblo de Dios, eran consagrados solo para servir a Dios, tenían que realizar los holocaustos, interceder por el pueblo de Israel, enseñar la Ley, velar por su cumplimiento, encargarse de todas las cosas del templo,… No hacían nada de estas cosas y habían abandonado a Dios, su Ley, sus mandamientos, la oración e incluso en el propio templo, la casa de Jehová, había una imagen de Asera a la que se le rendía culto, la cual fue retirada por orden de Josías: “Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo” (2ª Reyes 23:6).
¿Os imagináis una iglesia cristiana donde se olvidasen de Cristo y de la misma Palabra de Dios, de la Biblia y ni siquiera se supiese de su existencia? Pues esto es lo que estaba ocurriendo en el reino de Judá.
La historia continua así:“Ella les dijo: «Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: “Decid al hombre que os ha enviado a mí: ‘Así dijo Jehová: Voy a traer sobre este lugar, y sobre sus habitantes, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá, por cuanto me abandonaron a mí y quemaron incienso a dioses ajenos, provocando mi ira con toda la obra de sus manos. Mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará.’ Pero al rey de Judá, que os ha enviado a consultar a Jehová, le diréis: ‘Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro y tu corazón se enterneció y te has humillado delante de Jehová al escuchar lo que yo he dicho contra este lugar y contra sus habitantes, que serán asolados y malditos, y por haberte rasgado los vestidos y haber llorado en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, haré que te reúnas con tus padres: serás llevado a tu sepulcro en paz y tus ojos no verán ninguno de los males que yo traigo sobre este lugar.’ ” (2ª Reyes 22:15-20).
Dios quiere personas dispuestas a servirle, que no le abandonen en el momento de la prueba. Personas que mantengan la fe y la confianza en Dios a pesar de las dificultades. En su momento y cuando Dios así quiere las usa interviniendo dentro de su obra.
En tiempo de Josías había una comunidad de sacerdotes fieles a Jehová en Anatot una población situada a 5 Km. Aproximadamente al nordeste de la ciudad de Jerusalén, uno de los sacerdotes que allí se encontraban era Jeremías, el gran profeta jeremías, él fue llamado a proclamar la palabra de Jehová en el año decimotercero del reinado de Josías, cinco años antes de que el libro de la Ley fuese encontrado en el templo de Jerusalén. Pero, en cambio, fue aquella mujer la que Dios usó en primer lugar para hacer llegar la palabra de Dios al rey, a los sacerdotes, a los escribas y que durante el reinado de Josías todos los lugares adoración a otros dioses en Judá fuesen destruidos, los sacerdotes que adoraban a falsos dioses fueran muertos y se celebrase después de muchos años la pascua en el templo de Jerusalén.
¡Qué importante también es tener hombre y mujeres totalmente consagrados a Dios como guías o líderes dentro de la comunidad cristiana! Durante el reinado de Josías reino de Judá no se apartó de Jehová. “Josías quitó todas las abominaciones de toda la tierra de los hijos de Israel, e hizo que todos los que se hallaban en Israel sirvieran a Jehová, su Dios. Y mientras él vivió no se apartaron de Jehová, el Dios de sus padres” (2ª Crónicas 34:33).
Le hubiese sido más fácil no ir contracorriente, seguir en la misma línea que sus antepasados y dejar que todos siguieran contentos con sus dioses y sus creencias, pero el amor a Dios y el celo por las cosas de Dios le llevó impulsar que todos sus súbditos sirvieran como él a Jehová. Y una de las personas que contribuyo a ese gran cambio, sirviendo a Dios, fue aquella mujer humilde, sencilla, que no era una escriba ni una doctora de la Ley, pero que cuando todos adoraban a falsos dioses y diosas, ella mantuvo su fe y confianza en Jehová. Cada día le buscaba y aunque no se dice nada de las peticiones que hacía a Dios cada día, es posible que en ellas clamase por la restauración del pueblo de Dios. Su oración fue contestada y ella fue partícipe de aquella transformación. ¿Os podéis imaginar cual pudo ser su alegría cundo pudo contemplar en su propia ciudad Jerusalén la celebración de la Pascua? Dice allí que: “No se había celebrado una Pascua como ésta en Israel desde los días del profeta Samuel; ni ningún rey de Israel celebró la Pascua tal como la que celebró el rey Josías, los sacerdotes y los levitas, todo Judá e Israel, que allí se hallaban presentes, junto con los habitantes de Jerusalén” (2ª Crónicas 35:18).
El temor de Dios y la fidelidad a Dios siempre tiene su recompensa, como confirmación aquí os dejo esta cita:
“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos”
Salmo 128:1
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