domingo, 19 de mayo de 2019

¿Eres un cristiano sabio?

“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”.
Santiago 3:17

¿Quién no desea ser sabio? O mejor dicho, ¿Quién no desea que a uno le tengan por sabio o entendido?, pero aquí Santiago, que está exhortando a los judíos de la dispersión, da un toque de atención al orgullo que a veces acompaña a aquel que se cree ser sabio, desprecia a los que están a su alrededor pues no los considera tan sabios como él y no atiende a razones. También es muy común el usar la destreza que uno tiene en la argumentación o en la palabra para imponer nuestro criterio ante el criterio del otro, para rivalizar con el otro hermano y despreciarlo, muchas veces sin razón, solo por envidia.

Cuanto mayor es nuestro conocimiento, mayor también es nuestra responsabilidad ante los hombres y mujeres y ante Dios, de ahí que Santiago diga: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1). Hay dos cosas aquí a destacar en este razonamiento.

Por un lado está el conocimiento de Dios, de sus mandamientos, de su voluntad, etc. Si tenemos conocimiento debemos entonces actuar en consecuencia; en nuestras obras se debe plasmar el temor, el respeto y el amor a Dios. Jesús cierta ocasión dijo a los fariseos:”—Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece” (Juan 9:41). Santiago lo aprendió bien y así dice: “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado” (Santiago 4:17).

Por otro lado está esa pronta actitud que tenemos de juzgar al otro, pero no de examinarnos a nosotros mismos y corregir aquello que no es correcto delante de la Palabra de Dios. Ésta era la preocupación de David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24). Debemos tener en cuenta que vamos a ser juzgados por la misma norma y con la misma severidad que juzgamos a los que tenemos a nuestro alrededor. “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá” (Mateo 7:1-2). Como dice en el libro de los Salmos: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso” (Salmo 18:25).

Santiago insiste en el saber y el saber estar del cristiano, la sabiduría que sale de su interior, del corazón del cristiano, es diferente, en primer lugar es pura y limpia, no hay mentira en aquello que se saca a la luz, no hay intereses propios del interlocutor de convencer a aquel que le escucha de que su razonamiento es verdadero y que su opinión es la mejor, incluso sabiendo que detrás de sus argumentaciones existan grandes lagunas y oscuridad. Como humanos nos podemos equivocar, por tanto debemos ser humildes en la trasmisión del conocimiento de Dios, pero sobretodo debemos pedir a Dios que él nos guie para que su mensaje llegue a aquel que nos escucha puro sin añadiduras humanas que puedan estorbar la bendición de Dios para el hermano que nos escucha con fe y cree todo aquello que le decimos.

Por otro lado, ¿Cuántas veces no es usada la sabiduría para provocar enfrentamientos? Un ejemplo lo tenemos en la iglesia de Corinto, fundada por el apóstol Pablo, pero que a su marcha y después de escuchas a otros siervos de Dios, se posicionaban con unos o con otros. “Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1ª Corintios 1:11-12). ¡No, esta no es la sabiduría que viene de Dios!, la sabiduría que es de lo alto es pacífica, basta observar y ver cómo fue la conducta de Jesús durante toda su vida. El propio apóstol Pedro, el guerrero, el impulsivo, el que corto con la espada la oreja derecha del siervo del Sumo Sacerdote, dice: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1ª Pedro 3:15), una característica del cristiano debe ser la mansedumbre.

El cristiano de por sí debe ser amable, y su mensaje más, pues es el mensaje del amor de Dios, no es un mensaje de condena, es un mensaje de restauración, de misericordia, de esperanza, de gozo,… “Yo no he venido a condenar al mundo, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47). Hay un pensamiento en el libro de Proverbios muy apropiada y que caracteriza al sabio: “La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor”. (Proverbios 15:1). Y continúa afirmando: “Los aceites y perfumes alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre” (Proverbios 27:9).

Continúa exhortando Santiago a los Creyentes y les dice la sabiduría que viene de lo alto “es benigna”. La palabra de Dios siempre es para nuestro bien. A todos nos gustan las buenas palabras, los cumplidos, que reconozcan nuestro trabajo, nuestras cualidades, etc. pero no nos gusta tanto cuando nos dicen lo que no estamos obrando de forma correcta. Muchas veces Dios nos pone al descubierto la inapropiada conducta que estamos llevando, nuestros errores continuos, nuestro pecado, incluso aquellas conductas inapropiadas y que pasan desapercibidos a los otros. Otras veces son nuestros propios hermanos en la fe los que nos corrigen, no nos gusta esta reprensión, nos duele, pero es para nuestro bien, para nuestro crecimiento espiritual. Nuestra actitud debe ser como padre o como madre o como hermano o hermana para nuestros hermanos en la fe, no humillemos a nuestros hermanos con el objetivo de destacar nosotros, sino que nosotros debemos de ser “el bastón” que los sostenga. ¡Mirad el consejo que Pablo daba a Timoteo!: “No reprendas al anciano, sino exhórtalo como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” (1ª Timoteo 5:1). Como cristianos debemos de ser de bendición incluso a nuestros enemigos y no podemos ser la causa de que nuestro hermano débil en la fe tropiece. “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14). “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian… Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:27-28; 35-36).

Por otro lado, la sabiduría que viene de lo alto no es cuestionable, no puede ser verdad o mentira, es siempre verdad y si es una palabra profética se cumplirá.

La sabiduría que viene de lo alto es sin hipocresía. ¿Cuántas veces nuestras palabras no son transparentes, no se ciñen a la verdad, son dirigidas y argumentadas según nuestros propios intereses, tratamos de ocultar u ocultamos nuestras faltas, nuestros defectos, nuestra conducta errática y por otro lado sacamos a la luz los pequeños defectos del otro que está al lado nuestro? Predicamos con la palabra una cosa pero con las acciones otra muy diferente. Jesús dijo: “¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Lucas 6:42).

El apóstol Pablo nos exhorta en este sentido también diciendo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3), no es que dejemos de valorarnos, pero sí que debemos valorarnos en su justa medida, pero sin despreciar al que está a nuestro lado.. La clave la da el apóstol Pablo en la epístola a los Filipenses: “Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3).

Sobre todo es muy importante y necesaria la guía del Espíritu Santo de Dios, debemos dejarnos guiar por su Espíritu Santo.

«Éste es mi siervo, a quien he escogido;
mi amado, en quien se agrada mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y a los gentiles anunciará juicio.
No contenderá, ni voceará,
ni nadie oirá en las calles su voz.
La caña cascada no quebrará
y el pábilo que humea no apagará,
hasta que haga triunfar el juicio.
En su nombre esperarán los gentiles.»
Mateo 12:18-21





sábado, 11 de mayo de 2019

Hulda, mujer fiel a Dios


Después de que a lo largo de toda la historia de la humanidad, la mujer fue relegada a un segundo plano y eso que sin ella la especie humana se extinguiría. A partir de las protestas del 8 de mayo de 2018 los dirigentes de todos los países que se consideran modernos y democráticos decidieron abordar esta injusticia y darle a la mujer más visibilidad, protagonismo y reconocer su labor, su talento, su valor, su inteligencia, su capacidad, su sabiduría, su contribución a la sociedad, etc. 

Pero no siempre fue ignorada la mujer, en la Biblia encontramos muchos ejemplos en los cuales la mujer es protagonista, y realiza una labor importante en los planes de Dios, un ejemplo lo encontramos en concreto en el Libro de Reyes. Cuando se menciona el nombre de un nuevo rey aparece también el nombre de su madre: “Cuando Josías comenzó a reinar tenía ocho años de edad, y reinó en Jerusalén treinta y un años. El nombre de su madre era Jedida, hija de Adaía, de Boscat” (2ª Reyes 22:1).


El papel de la madre era de vital importancia para su educación y formación, tenía una gran influencia en el gobierno así como en su nombramiento como rey; recordemos la intervención de la madre de Salomón, Betsabet, ante David para que este fuese nombrado sucesor en el trono. En otras ocasiones empezaban a gobernar muy jóvenes, incluso de niños, y la figura de la madre era clave. Podéis indagar más sobre este tema, pero yo quiero aquí hacer un inciso sobre el reinado de Josías. 


Josías desde una edad muy temprana con 16 años aproximadamente, comenzó a buscar al Dios de David, a los 20 años decidió limpiar a Judá y Jerusalén de los lugares altos de idolatría, destruyendo las imágenes de falsos dioses y diosas. Tenía 26 años de edad cuando en el proceso de reparación del templo de Salomón aparece el libro de la Ley de Jehová. (2ª Crónicas 34). ¡Qué importante es la enseñanza y la búsqueda de Dios desde una edad temprana! 


Siendo, por tanto él, joven, los que estaban limpiando el templo que Salomón había edificado a Jehová encontraron el libro de la Ley de Dios. “Entonces el sumo sacerdote Hilcías dijo al escriba Safán: «He hallado el libro de la Ley en la casa de Jehová.»” (2ª Reyes 22:8). 


El libro de la Ley es traído ante el rey Josías y leído en su presencia. Al momento se percata de la gravedad en la que él se encuentra y todo el pueblo del reino de Judá, rasga sus vestidos y envía a los sacerdotes a consultar a Jehová sobre las consecuencias del quebrantamiento de la Ley de Dios. 

Pero, ¿a quién van ellos a consultar?, pues van a consultar a una mujer. “Entonces el sacerdote Hilcías, Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, fueron a ver a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva hijo de Harhas, encargado del vestuario, la cual vivía en Jerusalén, en el barrio nuevo de la ciudad, y hablaron con ella” (2ª Reyes 22:14). ¿No podían consultar los propios sacerdotes a Jehová? ¿No había ningún varón profeta en Judá temeroso de Dios? Como muchas otras grandes mujeres nombradas a lo largo de la Biblia, esta mujer dio muestra de que su fe no había desfallecido a pesar de que todo el pueblo del reino de Judá había abandonado a Dios y había seguido a otros dioses, ella permanecía fiel y mantenía una relación estrecha con Dios. Hulda, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén, hoy en día diríamos en las afueras, no vivía cerca del templo, pero seguía manteniendo su fe y trabajando en el mantenimiento del vestuario sacerdotal y real. 

Había sacerdotes de la tribu de Leví sirviendo en el Templo, aquí se menciona a varios, entre ellos a Hilcías, que era el Sumo Sacerdote, que mandaba en todos ellos; estos debían ser guía del pueblo de Dios, eran consagrados solo para servir a Dios, tenían que realizar los holocaustos, interceder por el pueblo de Israel, enseñar la Ley, velar por su cumplimiento, encargarse de todas las cosas del templo,… No hacían nada de estas cosas y habían abandonado a Dios, su Ley, sus mandamientos, la oración e incluso en el propio templo, la casa de Jehová, había una imagen de Asera a la que se le rendía culto, la cual fue retirada por orden de Josías: “Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo” (2ª Reyes 23:6). 


¿Os imagináis una iglesia cristiana donde se olvidasen de Cristo y de la misma Palabra de Dios, de la Biblia y ni siquiera se supiese de su existencia? Pues esto es lo que estaba ocurriendo en el reino de Judá. 


Cuando el rey Josías les pidió a los sacerdotes que consultaran a Jehová, estos no sabían ni como consultar ni a quien consultar, buscando y preguntando llegaron a esta mujer Hulda. En momentos difíciles, una vez más Dios usa a una mujer piadosa y temerosa de Dios, que se mantenía fiel a la Ley de Dios y seguía manteniendo un contacto directo con Jehová, el Dios de Israel. A ella Jehová le mostró sus planes para con su pueblo y por lo que leemos en el texto escrito, da la impresión que ni siquiera le informan a esta mujer que es el rey el que les solicita esta consulta: “Entonces fueron el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en la segunda parte de la ciudad, y hablaron con ella” (2ª Reyes 22:14). 


La historia continua así:“Ella les dijo: «Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: “Decid al hombre que os ha enviado a mí: ‘Así dijo Jehová: Voy a traer sobre este lugar, y sobre sus habitantes, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá, por cuanto me abandonaron a mí y quemaron incienso a dioses ajenos, provocando mi ira con toda la obra de sus manos. Mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará.’ Pero al rey de Judá, que os ha enviado a consultar a Jehová, le diréis: ‘Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro y tu corazón se enterneció y te has humillado delante de Jehová al escuchar lo que yo he dicho contra este lugar y contra sus habitantes, que serán asolados y malditos, y por haberte rasgado los vestidos y haber llorado en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, haré que te reúnas con tus padres: serás llevado a tu sepulcro en paz y tus ojos no verán ninguno de los males que yo traigo sobre este lugar.’ ” (2ª Reyes 22:15-20). 


Nunca había yo escuchado hablar de esta mujer como grande de entre las mujeres que la Biblia menciona, pero fue grande y valiente, pues muchos profetas de Dios pagaron con su vida durante los reinados de los reyes anteriores a Josías y posteriores. 


De Josías se dice que: “No hubo otro rey antes de él que se convirtiera a Jehová con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés, ni después de él nació otro igual” (2ª Reyes 23:25). 


Dios quiere personas dispuestas a servirle, que no le abandonen en el momento de la prueba. Personas que mantengan la fe y la confianza en Dios a pesar de las dificultades. En su momento y cuando Dios así quiere las usa interviniendo dentro de su obra. 


En tiempo de Josías había una comunidad de sacerdotes fieles a Jehová en Anatot una población situada a 5 Km. Aproximadamente al nordeste de la ciudad de Jerusalén, uno de los sacerdotes que allí se encontraban era Jeremías, el gran profeta jeremías, él fue llamado a proclamar la palabra de Jehová en el año decimotercero del reinado de Josías, cinco años antes de que el libro de la Ley fuese encontrado en el templo de Jerusalén. Pero, en cambio, fue aquella mujer la que Dios usó en primer lugar para hacer llegar la palabra de Dios al rey, a los sacerdotes, a los escribas y que durante el reinado de Josías todos los lugares adoración a otros dioses en Judá fuesen destruidos, los sacerdotes que adoraban a falsos dioses fueran muertos y se celebrase después de muchos años la pascua en el templo de Jerusalén. 


¡Qué importante también es tener hombre y mujeres totalmente consagrados a Dios como guías o líderes dentro de la comunidad cristiana! Durante el reinado de Josías reino de Judá no se apartó de Jehová. “Josías quitó todas las abominaciones de toda la tierra de los hijos de Israel, e hizo que todos los que se hallaban en Israel sirvieran a Jehová, su Dios. Y mientras él vivió no se apartaron de Jehová, el Dios de sus padres” (2ª Crónicas 34:33). 


Le hubiese sido más fácil no ir contracorriente, seguir en la misma línea que sus antepasados y dejar que todos siguieran contentos con sus dioses y sus creencias, pero el amor a Dios y el celo por las cosas de Dios le llevó impulsar que todos sus súbditos sirvieran como él a Jehová. Y una de las personas que contribuyo a ese gran cambio, sirviendo a Dios, fue aquella mujer humilde, sencilla, que no era una escriba ni una doctora de la Ley, pero que cuando todos adoraban a falsos dioses y diosas, ella mantuvo su fe y confianza en Jehová. Cada día le buscaba y aunque no se dice nada de las peticiones que hacía a Dios cada día, es posible que en ellas clamase por la restauración del pueblo de Dios. Su oración fue contestada y ella fue partícipe de aquella transformación. ¿Os podéis imaginar cual pudo ser su alegría cundo pudo contemplar en su propia ciudad Jerusalén la celebración de la Pascua? Dice allí que: “No se había celebrado una Pascua como ésta en Israel desde los días del profeta Samuel; ni ningún rey de Israel celebró la Pascua tal como la que celebró el rey Josías, los sacerdotes y los levitas, todo Judá e Israel, que allí se hallaban presentes, junto con los habitantes de Jerusalén” (2ª Crónicas 35:18). 


El temor de Dios y la fidelidad a Dios siempre tiene su recompensa, como confirmación aquí os dejo esta cita: 

“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos” 



Salmo 128:1