Santiago 3:17
¿Quién no desea ser sabio? O mejor dicho, ¿Quién no desea que a uno le tengan por sabio o entendido?, pero aquí Santiago, que está exhortando a los judíos de la dispersión, da un toque de atención al orgullo que a veces acompaña a aquel que se cree ser sabio, desprecia a los que están a su alrededor pues no los considera tan sabios como él y no atiende a razones. También es muy común el usar la destreza que uno tiene en la argumentación o en la palabra para imponer nuestro criterio ante el criterio del otro, para rivalizar con el otro hermano y despreciarlo, muchas veces sin razón, solo por envidia.
Cuanto mayor es nuestro conocimiento, mayor también es nuestra responsabilidad ante los hombres y mujeres y ante Dios, de ahí que Santiago diga: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1). Hay dos cosas aquí a destacar en este razonamiento.
Por un lado está el conocimiento de Dios, de sus mandamientos, de su voluntad, etc. Si tenemos conocimiento debemos entonces actuar en consecuencia; en nuestras obras se debe plasmar el temor, el respeto y el amor a Dios. Jesús cierta ocasión dijo a los fariseos:”—Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece” (Juan 9:41). Santiago lo aprendió bien y así dice: “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado” (Santiago 4:17).
Por otro lado está esa pronta actitud que tenemos de juzgar al otro, pero no de examinarnos a nosotros mismos y corregir aquello que no es correcto delante de la Palabra de Dios. Ésta era la preocupación de David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24). Debemos tener en cuenta que vamos a ser juzgados por la misma norma y con la misma severidad que juzgamos a los que tenemos a nuestro alrededor. “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá” (Mateo 7:1-2). Como dice en el libro de los Salmos: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso” (Salmo 18:25).
Santiago insiste en el saber y el saber estar del cristiano, la sabiduría que sale de su interior, del corazón del cristiano, es diferente, en primer lugar es pura y limpia, no hay mentira en aquello que se saca a la luz, no hay intereses propios del interlocutor de convencer a aquel que le escucha de que su razonamiento es verdadero y que su opinión es la mejor, incluso sabiendo que detrás de sus argumentaciones existan grandes lagunas y oscuridad. Como humanos nos podemos equivocar, por tanto debemos ser humildes en la trasmisión del conocimiento de Dios, pero sobretodo debemos pedir a Dios que él nos guie para que su mensaje llegue a aquel que nos escucha puro sin añadiduras humanas que puedan estorbar la bendición de Dios para el hermano que nos escucha con fe y cree todo aquello que le decimos.
Por otro lado, ¿Cuántas veces no es usada la sabiduría para provocar enfrentamientos? Un ejemplo lo tenemos en la iglesia de Corinto, fundada por el apóstol Pablo, pero que a su marcha y después de escuchas a otros siervos de Dios, se posicionaban con unos o con otros. “Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1ª Corintios 1:11-12). ¡No, esta no es la sabiduría que viene de Dios!, la sabiduría que es de lo alto es pacífica, basta observar y ver cómo fue la conducta de Jesús durante toda su vida. El propio apóstol Pedro, el guerrero, el impulsivo, el que corto con la espada la oreja derecha del siervo del Sumo Sacerdote, dice: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1ª Pedro 3:15), una característica del cristiano debe ser la mansedumbre.
El cristiano de por sí debe ser amable, y su mensaje más, pues es el mensaje del amor de Dios, no es un mensaje de condena, es un mensaje de restauración, de misericordia, de esperanza, de gozo,… “Yo no he venido a condenar al mundo, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47). Hay un pensamiento en el libro de Proverbios muy apropiada y que caracteriza al sabio: “La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor”. (Proverbios 15:1). Y continúa afirmando: “Los aceites y perfumes alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre” (Proverbios 27:9).
Por otro lado, la sabiduría que viene de lo alto no es cuestionable, no puede ser verdad o mentira, es siempre verdad y si es una palabra profética se cumplirá.
El apóstol Pablo nos exhorta en este sentido también diciendo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3), no es que dejemos de valorarnos, pero sí que debemos valorarnos en su justa medida, pero sin despreciar al que está a nuestro lado.. La clave la da el apóstol Pablo en la epístola a los Filipenses: “Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3).
Sobre todo es muy importante y necesaria la guía del Espíritu Santo de Dios, debemos dejarnos guiar por su Espíritu Santo.
«Éste es mi siervo, a quien he escogido;
mi amado, en quien se agrada mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y a los gentiles anunciará juicio.
No contenderá, ni voceará,
ni nadie oirá en las calles su voz.
La caña cascada no quebrará
y el pábilo que humea no apagará,
hasta que haga triunfar el juicio.
En su nombre esperarán los gentiles.»
Mateo 12:18-21