“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”.
Juan 3:16
Chesley Sullenberger, al que le apodan Sully, es ya un héroe para medio mundo y para todo EE UU. Era el piloto del Airbus A-320 que el jueves 15 de marzo del 2009 cuando tenía 57 años, amerizó suavemente sobre el río Hudson, en Nueva York, después de que una bandada de pájaros impactara contra el aparato, obligándole a tomar tierra -o agua- de inmediato. Los 150 pasajeros y los cinco miembros de la tripulación salvaron la vida gracias a la pericia del piloto, cuya hazaña es objeto de unánime admiración.
Una vez confirmado que no había fallecidos en el incidente, el gobernador de Nueva York habló de "milagro" en el Hudson y el alcalde de la ciudad alabó la "maestría" de Sullenberger. "Parece que el piloto hizo una obra maestra al aterrizar sobre el río y después al asegurarse que todo el mundo salía del avión", dijo Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York. "He mantenido una larga conversación con el piloto, recorrió el avión dos veces después de que todo el mundo había salido para verificar que no quedaba nadie".
Sí, ciertamente nos conmovemos cuando escuchamos, leemos o vemos que alguien se mueve por amor y realiza una hazaña heroica, lo alabamos, lo condecoramos, lo admiramos y deseamos imitarlo.
Hay veces que esa hazaña heroica cuesta la vida al protagonista de la historia y mi pregunta es la siguiente: ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dar la vida por otra persona? ¿Y la de nuestro hijo o hija? ¿Y si ese hijo o hija es el único que tenemos? Incluso siendo creyentes y teniendo la certeza que vamos a resucitar al final de los tiempos, yo no creo que estuviésemos dispuestos, voluntariamente, a pasar por este trance, pero Dios estuvo dispuesto a ello y todo por amor a ti, cada persona, a cada ser humano que habitó, habita o habitará este planeta: “De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que en el crea no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Y así fue. Estos días de Semana Santa celebramos este suceso que ocurrió aproximadamente hace 2019 años. Mucha gente lo recuerda con fervor y pasión, con grandes actos litúrgicos, pero, ¿qué hay dentro del corazón del hombre y de la mujer? Hoy leía en la prensa que según la última publicación del Centro de Investigaciones Sociológicas (datos de enero de 2017), un 66,9% de los ciudadanos encuestados en España se considera católico, pero sólo un 13,9% va a misa los domingos o festivos y un 26,4% va al menos una vez al mes, el resto sólo es cristiano de nombre. Un 25,5% de declaran ateos o no creyentes, y un 2,6 % de la población practica otras religiones. El porcentaje de personas que no creen en Dios va en aumento pasando de un 19,4% en el 2006 a un 25´2% en el 2017. Cuando Jesús habló de los tiempos del fin se hacía la siguiente pregunta: “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?»” (Lucas 18:7-8).
Dios una y otra vez ha buscado la forma de acercarse al hombre y a la mujer desde los primeros tiempos, todo aquel que le ha buscado lo ha encontrado pues la promesa de Dios es veraz: "»Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8). Hizo pacto con Noé, con Abraham, con Isaac, con Jacob, con José, con Moisés, con David, etc. Pero el nuevo pacto que ha proclamado para la humanidad para el tiempo de la gracia es el más fascinante de todos, y así se lo comunicó al profeta Isaías: “por eso, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso” (Isaías 29:14), y a Jeremías, y a otros muchos de sus profetas. Así dice a Jeremías: “»Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá... Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31:31-33). Y Jehová no miente. Este pacto no alcanzó solo al pueblo de Israel sino a todo aquel que busca la reconciliación con Dios, aceptando la salvación que Dios ha ofrecido a través de la sangre de Cristo en la Cruz. ¿Habrá acto de amor mayor que este?
Y este privilegio no se alcanza por medio de las obras que nosotros pudiésemos haber hecho, o por las que hagamos en un futuro, sino por el amor que Dios hacia la humanidad, el amor a cada uno de nosotros, aún estando en estado de desobediencia; así lo reconoce en la epístola a los Romanos el apóstol Pablo: “Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Y a toda persona que cree en el Dios le da su Espíritu Santo y este es el que provoca que nosotros amemos a Dios, guardemos sus mandamientos y amemos al prójimo, cumpliéndose así lo que Jehová revelo a Jeremías: "pondré mi ley en su mente y la escribiré en su su corazón" Como dice el apóstol Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Cumpliéndose así todo el propósito de la Ley de Dios, el amor a Dios y el amor al prójimo, acordaros de la contestación de Jesús a la pregunta de los fariseos:
—Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la Ley?
Jesús le dijo:
—“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.”Éste es el primero y grande mandamiento.Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas. (Mateo 22:36-37).
Solo podemos decir: “gracias Señor por amarme sin haberlo merecido y por darme esta salvación tan grande sin merecerlo”.