sábado, 5 de enero de 2019

Creer: Fruto de la humildad y de la fe

Entonces le preguntaron:
— ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
Respondió Jesús y les dijo:
— Ésta es la obra de Dios, que creáis en aquel que él ha enviado.

Juan 6:28-29

Un grupo de judíos buscaban a Jesús después de recibir alimento y saciarse en el milagro de los panes y los peces y a continuación de que Jesús les exhortara a preocuparse más por su vida espiritual que por la vida física, ya que esta última es perecedera pero la otra es eterna, le preguntaron: “¿qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”, esta cuestión non recuerda también la pregunta de aquel joven rico que salió al encuentro de Jesús: “Al salir él para seguir su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de él, le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Marcos 10:17.

La traducción literal de la pregunta que aparece en Juan 6:28 es: ¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios? (RVR 1909). Parafraseando: “¿Qué pide Dios de nosotros? ¿Cómo podemos obrar según la voluntad de Dios?”.

Aunque todavía nuestro pecado no había sido expiado por Cristo en la cruz, la única solución para el perdón de nuestras faltas y pecados y así poder obtener la vida eterna era a través de un acto de fe, de creer en que Jesús era el “Mesías” (en hebreo) el Cristo (en griego). Lo tenían delante, le seguían pues les gustaba escucharle, hablaba bien, con sabiduría, era agradable, estaban aprendiendo muchas cosas nuevas y reaprendiendo las antiguas y además habían saciado su apetito: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Juan 6:26). Literalmente en el original dice: “no porque vieron señales”. No le seguían porque habían visto señales que indicaban que Jesús era el Mesías o un profeta enviado por Dios al cual había que hacer caso, sino por lo que físicamente o intelectualmente les aportaba. Triste, pero era así de cierto. A continuación le preguntan por algún tipo de señal que les indicase que realmente Jesús había sido enviado por Dios. ¿Pero, no habían visto las señales de Jesús, curando enfermos y como fueron alimentados sin tener nada? Y de nuevo de forma indirecta pedían recibir el maná, “pan del cielo” (Éxodo 16:4). Ellos estaban preocupados por su alimento básico para el cuerpo y Jesús y Dios mismo estaba más preocupado por alimentar su espíritu y que alcanzasen la vida eterna.

Por una parte estaba su orgullo y la falta de humildad, pues, ¿que estaba diciendo?, Jesús era paisano suyo, no podía ser más que cualquiera de ellos, el orgullo y la soberbia pudo más que las señales, la palabra o los milagros. ”Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?” (Juan 6:41-42).

No es cuestión de señales, o de pruebas, o de evidencias históricas o científicas. No es cuestión de conocimiento, de sabiduría o de aplicar la razón. Es cierto que Dios en su inmensa sabiduría nos ha dotado de todas esas cualidades y es importante cultivarlas, pero el reconocer a Dios como tal es una cuestión de humildad y de fe. Como Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae; y yo le resucitaré en el día final. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oye al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Juan 6:44-45). Es Dios a través de su Espíritu Santo el que obra en nosotros, el que nos atrae hacia él, siempre y cuando nosotros no endurezcamos nuestros corazones, tengamos temor de él y seamos de espíritu humilde. Todos sabemos que no se puede aprender si creemos que lo sabemos todo, la actitud hacia el maestro ha de ser de humildad para poder comenzar el aprendizaje.
Como decía e apóstol Pablo. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Y en Hebreos por dos ocasiones y recordando los antiguos escritos se vuelve a insistir diciendo: «Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.» (Hebreos 4:7).

Por otro lado, aquí se hace mención al nuevo pacto que Dios hace con el pueblo de Israel y también con nosotros que ahora también somos pueblo de Dios:

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. 

Jeremías 31:33-34 


Solamente a través de la fe en Dios, una fe sincera, que brota de nuestro corazón, sin perjuicios, sin condiciones, podemos alcanzar las promesas del perdón, de la salvación y de la vida eterna. “… porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Gálatas 2:8).

Después de estas palabras de Jesús, muchos de aquellos discípulos que andaban con Jesús le abandonaron. Cuando Jesús le pregunta a los doce que él había escogido si también querían abandonarle, Pedro le contesta: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Juan 6:68-69). Pedro lo había llegado a entender, no por lo que él mismo había investigado o leído, ni por lo que le habían enseñado, sino porque Dios mismo se lo había revelado.

“Respondiendo Simón Pedro, dijo: 

—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 
Entonces le respondió Jesús: 
—Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16-17). 

Acércate hoy a Dios, no lo dejes para mañana, y ora a él con corazón sincero en humildad diciendo: “Yo creo que Jesús es tu Hijo amado y reconozco que él murió por mis pecados en la cruz, perdóname y acéptame como hijo tuyo”. En el nombre de tu Hijo Jesucristo. Amén.

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