En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
Juan 7:37-39
No era la primera vez que Jesús hablaba de agua viva. Cuando hablo con la mujer samaritana le dijo a esta: “… mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). ¿Era esta ilustración del “agua viva” nueva para el pueblo de Israel?
Era el último día de la gran fiesta de los Tabernáculos, esta fiesta la celebraban los israelitas al término de la cosecha. Construían enramadas, para recordar la vida de sus antepasados en el desierto después de la salida de Egipto. Durante esta fiesta cada día se llevaba agua al Templo desde el estanque de Siloé. Un coro repetía Isaías 12:3 “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación”, y luego el sacerdote derramaba el agua en tierra. Es durante ese momento en que Jesús se puso en pie y alzó la voz y dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.
Jesús mismo dice que ya había constancia de este hecho en las Escrituras, ¿en dónde, en qué lugar?
Los judíos conocedores de su historia y de su largo viaje durante 40 años peregrinando por el desierto estas palabras les recordaba como Dios por medio de Moisés hizo brotar corrientes de agua de aquella roca en el desierto: “Y alzando su mano, Moisés golpeó la peña del monte de Horeb con su vara dos veces. Brotó agua en abundancia, y bebió la congregación y sus bestias” (Números 20:11). Este suceso fue mencionado en reiteradas ocasiones como ejemplo de la duda y la falta de fe del pueblo de Israel pues en su momento dudaron del cuidado y la protección de aquel que los había librado de la esclavitud de Egipto. (Dt. 6:16, 9:22, 33:8, Sal. 95:8-9, Heb. 3:7).
A mayores de ese hecho histórico, Dios a lo largo de los tiempos rebeló a personas escogidas del pueblo de Israel y a sus profetas aquellas cosas que iban a ocurrir en el futuro, como dice el apóstol Pedro: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación” (1ª Pedro 1:10), hasta que fueron cumplidas. Dos de los grandes profetas de la antigüedad que recibieron este mensaje fueron Isaías y Jeremías. Y el propio profeta Isaías profetizo diciendo: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, ríos sobre la tierra seca. Mi espíritu derramaré sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus renuevos;” (Isaías 44:3). Y también en Isaías 55:1: “¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas!”. Más adelante volvió a profetizar diciendo: “Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan” (Isaías 58:11).
El profeta Jeremías también profetizó sobre el abandono por parte de su pueblo de la fuente de agua viva: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua” (Jeremías 3:13). Y más delante de nuevo volvió a decir: “Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces. No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde. En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto. ¡Jehová, esperanza de Israel!, todos los que te dejan serán avergonzados, y los que se apartan de ti serán inscritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas” (Jeremías 17:8-13).
Todos sabemos que el agua es imprescindible para vida de todas las especies tanto vegetales como animales, las aguas hablan de vida, pero también era el símbolo de limpieza de purificación, pero aquí el mensaje de Jesús iba más allá estaba hablando del cumplimiento de las promesas hechas a los profetas en el Antiguo Testamento, y el apóstol así lo confirma; tanto para aquellos que eran judíos y conocían las escrituras como para aquellos que desconocían los misterios rebelados a los antiguos profetas: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:39), coincidiendo este hecho con lo profetizado por Isaias, Jeremías, Joel, entre otros: “Después de esto derramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29).
De estos mismos hechos Jeremías dice: “Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado.” (Jeremías 31:33).
La promesa del Espíritu Santo habitando en el interior de cada creyente es una verdadera revolución en la forma de manifestarse Dios al hombre, y así lo reconoce Juan en su primera epístola: “Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas” (1ª Juan 2:20), coincidiendo así con lo dicho por el profeta Jeremías “y no enseñará más ninguno a su prójimo”.
La palabra de Dios es clara con respecto al Espíritu Santo, es esta realidad, Juan el bautista tuvo la certeza de este hecho: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11, Juan 1:33). Es una promesa para toda aquella persona que en él crea. “Pedro les dijo: —Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:38-39).
Si creemos en la persona de Jesús y nos arrepentimos de nuestros pecados recibiremos el Espíritu Santo dentro de nosotros que será la fuente de vida y de sabiduría espiritual en nuestro interior. Como dice en el libro de Proverbios: “Y arroyo que rebosa, la fuente de la sabiduría” (Proverbios 18:4).
La dimensión de la salvación del hombre es hermosa e inmensamente grande, es tener en nuestro interior al Espíritu Santo de Dios, como decía el apóstol Pablo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?” (1ª Corintios 6:19) y él es la fuente de sabiduría y el que nos va a guiar en la verdad y a la verdad. "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad" (Juan 16:13).
Si tenemos sed de Dios acerquémonos a él en humildad, escuchemos su voz y cumplamos con todo aquello que el demanda de nosotros, en un futuro inmediato veremos los frutos de nuestra humillación delante de él. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo. Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. (1ª Pedro 5:6-7).