martes, 15 de enero de 2019

Ríos de agua viva


En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Juan 7:37-39

No era la primera vez que Jesús hablaba de agua viva. Cuando hablo con la mujer samaritana le dijo a esta: “… mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). ¿Era esta ilustración del “agua viva” nueva para el pueblo de Israel?

Era el último día de la gran fiesta de los Tabernáculos, esta fiesta la celebraban los israelitas al término de la cosecha. Construían enramadas, para recordar la vida de sus antepasados en el desierto después de la salida de Egipto. Durante esta fiesta cada día se llevaba agua al Templo desde el estanque de Siloé. Un coro repetía Isaías 12:3 “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación”, y luego el sacerdote derramaba el agua en tierra. Es durante ese momento en que Jesús se puso en pie y alzó la voz y dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.

Jesús mismo dice que ya había constancia de este hecho en las Escrituras, ¿en dónde, en qué lugar?

Los judíos conocedores de su historia y de su largo viaje durante 40 años peregrinando por el desierto estas palabras les recordaba como Dios por medio de Moisés hizo brotar corrientes de agua de aquella roca en el desierto: “Y alzando su mano, Moisés golpeó la peña del monte de Horeb con su vara dos veces. Brotó agua en abundancia, y bebió la congregación y sus bestias” (Números 20:11). Este suceso fue mencionado en reiteradas ocasiones como ejemplo de la duda y la falta de fe del pueblo de Israel pues en su momento dudaron del cuidado y la protección de aquel que los había librado de la esclavitud de Egipto. (Dt. 6:16, 9:22, 33:8, Sal. 95:8-9, Heb. 3:7).

A mayores de ese hecho histórico, Dios a lo largo de los tiempos rebeló a personas escogidas del pueblo de Israel y a sus profetas aquellas cosas que iban a ocurrir en el futuro, como dice el apóstol Pedro: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación” (1ª Pedro 1:10), hasta que fueron cumplidas. Dos de los grandes profetas de la antigüedad que recibieron este mensaje fueron Isaías y Jeremías. Y el propio profeta Isaías profetizo diciendo: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, ríos sobre la tierra seca. Mi espíritu derramaré sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus renuevos;” (Isaías 44:3). Y también en Isaías 55:1: “¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas!”. Más adelante volvió a profetizar diciendo: “Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan” (Isaías 58:11).

El profeta Jeremías también profetizó sobre el abandono por parte de su pueblo de la fuente de agua viva: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua” (Jeremías 3:13). Y más delante de nuevo volvió a decir: “Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces. No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde. En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto. ¡Jehová, esperanza de Israel!, todos los que te dejan serán avergonzados, y los que se apartan de ti serán inscritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas” (Jeremías 17:8-13).

Todos sabemos que el agua es imprescindible para vida de todas las especies tanto vegetales como animales, las aguas hablan de vida, pero también era el símbolo de limpieza de purificación, pero aquí el mensaje de Jesús iba más allá estaba hablando del cumplimiento de las promesas hechas a los profetas en el Antiguo Testamento, y el apóstol así lo confirma; tanto para aquellos que eran judíos y conocían las escrituras como para aquellos que desconocían los misterios rebelados a los antiguos profetas: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:39), coincidiendo este hecho con lo profetizado por Isaias, Jeremías, Joel, entre otros: “Después de esto derramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29).

De estos mismos hechos Jeremías dice: “Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado.” (Jeremías 31:33).

La promesa del Espíritu Santo habitando en el interior de cada creyente es una verdadera revolución en la forma de manifestarse Dios al hombre, y así lo reconoce Juan en su primera epístola: “Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas” (1ª Juan 2:20), coincidiendo así con lo dicho por el profeta Jeremías “y no enseñará más ninguno a su prójimo”.

La palabra de Dios es clara con respecto al Espíritu Santo, es esta realidad, Juan el bautista tuvo la certeza de este hecho: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11, Juan 1:33). Es una promesa para toda aquella persona que en él crea. “Pedro les dijo: —Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:38-39).

Si creemos en la persona de Jesús y nos arrepentimos de nuestros pecados recibiremos el Espíritu Santo dentro de nosotros que será la fuente de vida y de sabiduría espiritual en nuestro interior. Como dice en el libro de Proverbios: “Y arroyo que rebosa, la fuente de la sabiduría” (Proverbios 18:4).

La dimensión de la salvación del hombre es hermosa e inmensamente grande, es tener en nuestro interior al Espíritu Santo de Dios, como decía el apóstol Pablo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?” (1ª Corintios 6:19) y él es la fuente de sabiduría y el que nos va a guiar en la verdad y a la verdad. "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad" (Juan 16:13).


Si tenemos sed de Dios acerquémonos a él en humildad, escuchemos su voz y cumplamos con todo aquello que el demanda de nosotros, en un futuro inmediato veremos los frutos de nuestra humillación delante de él. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo. Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. (1ª Pedro 5:6-7).

sábado, 5 de enero de 2019

Creer: Fruto de la humildad y de la fe

Entonces le preguntaron:
— ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
Respondió Jesús y les dijo:
— Ésta es la obra de Dios, que creáis en aquel que él ha enviado.

Juan 6:28-29

Un grupo de judíos buscaban a Jesús después de recibir alimento y saciarse en el milagro de los panes y los peces y a continuación de que Jesús les exhortara a preocuparse más por su vida espiritual que por la vida física, ya que esta última es perecedera pero la otra es eterna, le preguntaron: “¿qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”, esta cuestión non recuerda también la pregunta de aquel joven rico que salió al encuentro de Jesús: “Al salir él para seguir su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de él, le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Marcos 10:17.

La traducción literal de la pregunta que aparece en Juan 6:28 es: ¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios? (RVR 1909). Parafraseando: “¿Qué pide Dios de nosotros? ¿Cómo podemos obrar según la voluntad de Dios?”.

Aunque todavía nuestro pecado no había sido expiado por Cristo en la cruz, la única solución para el perdón de nuestras faltas y pecados y así poder obtener la vida eterna era a través de un acto de fe, de creer en que Jesús era el “Mesías” (en hebreo) el Cristo (en griego). Lo tenían delante, le seguían pues les gustaba escucharle, hablaba bien, con sabiduría, era agradable, estaban aprendiendo muchas cosas nuevas y reaprendiendo las antiguas y además habían saciado su apetito: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Juan 6:26). Literalmente en el original dice: “no porque vieron señales”. No le seguían porque habían visto señales que indicaban que Jesús era el Mesías o un profeta enviado por Dios al cual había que hacer caso, sino por lo que físicamente o intelectualmente les aportaba. Triste, pero era así de cierto. A continuación le preguntan por algún tipo de señal que les indicase que realmente Jesús había sido enviado por Dios. ¿Pero, no habían visto las señales de Jesús, curando enfermos y como fueron alimentados sin tener nada? Y de nuevo de forma indirecta pedían recibir el maná, “pan del cielo” (Éxodo 16:4). Ellos estaban preocupados por su alimento básico para el cuerpo y Jesús y Dios mismo estaba más preocupado por alimentar su espíritu y que alcanzasen la vida eterna.

Por una parte estaba su orgullo y la falta de humildad, pues, ¿que estaba diciendo?, Jesús era paisano suyo, no podía ser más que cualquiera de ellos, el orgullo y la soberbia pudo más que las señales, la palabra o los milagros. ”Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?” (Juan 6:41-42).

No es cuestión de señales, o de pruebas, o de evidencias históricas o científicas. No es cuestión de conocimiento, de sabiduría o de aplicar la razón. Es cierto que Dios en su inmensa sabiduría nos ha dotado de todas esas cualidades y es importante cultivarlas, pero el reconocer a Dios como tal es una cuestión de humildad y de fe. Como Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae; y yo le resucitaré en el día final. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oye al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Juan 6:44-45). Es Dios a través de su Espíritu Santo el que obra en nosotros, el que nos atrae hacia él, siempre y cuando nosotros no endurezcamos nuestros corazones, tengamos temor de él y seamos de espíritu humilde. Todos sabemos que no se puede aprender si creemos que lo sabemos todo, la actitud hacia el maestro ha de ser de humildad para poder comenzar el aprendizaje.
Como decía e apóstol Pablo. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Y en Hebreos por dos ocasiones y recordando los antiguos escritos se vuelve a insistir diciendo: «Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.» (Hebreos 4:7).

Por otro lado, aquí se hace mención al nuevo pacto que Dios hace con el pueblo de Israel y también con nosotros que ahora también somos pueblo de Dios:

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. 

Jeremías 31:33-34 


Solamente a través de la fe en Dios, una fe sincera, que brota de nuestro corazón, sin perjuicios, sin condiciones, podemos alcanzar las promesas del perdón, de la salvación y de la vida eterna. “… porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Gálatas 2:8).

Después de estas palabras de Jesús, muchos de aquellos discípulos que andaban con Jesús le abandonaron. Cuando Jesús le pregunta a los doce que él había escogido si también querían abandonarle, Pedro le contesta: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Juan 6:68-69). Pedro lo había llegado a entender, no por lo que él mismo había investigado o leído, ni por lo que le habían enseñado, sino porque Dios mismo se lo había revelado.

“Respondiendo Simón Pedro, dijo: 

—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 
Entonces le respondió Jesús: 
—Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16-17). 

Acércate hoy a Dios, no lo dejes para mañana, y ora a él con corazón sincero en humildad diciendo: “Yo creo que Jesús es tu Hijo amado y reconozco que él murió por mis pecados en la cruz, perdóname y acéptame como hijo tuyo”. En el nombre de tu Hijo Jesucristo. Amén.

martes, 1 de enero de 2019

¿Cuál es tu razón para no creer en Dios?

Dios nos ha creado con cuerpo pero también con espíritu, somos seres inteligentes, somos capaces de crear, de razonar, de afrontar retos complicados,… por eso nos admiramos y preguntamos como el pueblo egipcio ha podido realizar la construcción de las pirámides, o como los Mayas hicieron sus construcciones, o como el pueblo Inca construyó todas las edificaciones del Machu Picchu, o como hemos llegado a los niveles de desarrollo tecnológico y científico actuales. Si alguna persona del siglo XVII o XVII volviese al lugar en donde nació y viese el nivel de desarrollo actual le parecería increíble y quedaría asombrado y espantado. Ninguna especie ha podido realizar crear las cosas que nosotros creamos, y eso es porque la decisión de Dios fue «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.» (Génesis 1:26) tenemos espíritu porque Dios es espíritu. 

Muchas veces nuestra sabiduría y nuestra inteligencia nos hacen ser orgullosos y dejar de lado a Dios, nos creemos superhombres o supermujeres, capaces de hacerlo todo usando nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, la ciencia o el dinero, hasta que llega el momento en el cual Dios nos dice: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:20), lo mismo que Jesús narro en la parábola del rico insensato. 

De repente tenemos que pasar por una enfermedad incurable, una desgracia y, ¿qué hacemos? Unas veces pedimos explicaciones a Dios, otras veces arremetemos contra él, pero,.. ¿No habías dicho: “¡Dios no existe”!?, ¿Te has acordado de él mientras las cosas te iban bien? Ahora has perdido todas las cosas materiales que tenías, las que has ido acumulando día tras día, ahora padeces una enfermedad terminal y nadie tiene solución para prolongarte la vida, te has quedado tal y como has venido a este mundo, sin nada,… ¿Qué te llevas? Por esta razón debemos acumular tesoro en los cielos como dijo Jesús: “haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote” (Lucas 12:33). ¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma? (Mateo 16:26). 

¿Es el hombre solo materia? ¿No hay diferencia entre el hombre y las plantas o el resto de los animales? ¿Es sólo producto de la casualidad y de la evolución de millones de años? ¿Estamos solos en la inmensidad del universo? ¿Es cierto que hay algo que nos caracteriza y nos diferencia de los otros seres vivos? ¿Es verdad que tenemos espíritu? 

Seguro que en más de una ocasión hemos contemplado desde un lugar alto una gran ciudad y si llevamos unos buenos prismáticos incluso podemos ver el bullicio de esa ciudad. Los edificios los vemos por fuera, las personas por las calles, pero dentro hay también objetos, personas, mascotas, hay vida,. Si nos acercásemos por primera vez ante esa imagen ¿aseguraríamos que lo que vemos es fruto de la casualidad, del azar,… que no hay nadie inteligente, ni inteligencia ni sabiduría detrás de todo esto? ¿No investigaríamos como se formó esa gran ciudad, igual que lo hacemos ante cualquier descubrimiento arqueológico? Pues, querido lector, cualquier ser vivo es más complejo que una gran ciudad y eso no lo duda nadie que tenga conocimiento científico. Es por esta razón que el salmista David decía. “Dice el necio en su corazón no hay Dios” (Salmo 14:1). 

El mundo en el cual vivimos está lleno de contradicciones, por un lado rechazan a Dios, dicen ser ateos, dan el mismo valor al hombre y a la mujer que a cualquier otro animal o planta,… y por otro lado acuden a los espíritus de los muertos, a la brujería, a los exorcismos, a la magia, etc. Unos dicen que es cierto una cosa, otros otra totalmente diferente, las normas han cambiado, los valores sobre la lealtad, la justicia, la verdad se han perdido, y las normas morales ya no se llevan si te das de progresista. ¿Qué es verdad y que no es verdad? Incluso de las noticias que salen en los medios de comunicación, o en las redes sociales, o en la red, no nos podemos fiar, pues muchas de ellas son cambiadas y exageradas para que muchas personas las vean y las empresas que las difunden ganar mucho dinero en la publicidad emitida, o son usadas para inclinar el voto del ciudadano a uno u otro partido, incluso la información que llega a un determinado individuo no es la misma que llega a otro individuo (Ejemplo, el uso de Cambridge Analytica de los datos de Facebook). Por otro lado está comprobado que las noticias falsas o también llamadas, Fake News, son un 70% más re-tuiteadas. En todo esto se está cumpliendo la palabra de Dios: «Destruiré la sabiduría de los sabios y frustraré la inteligencia de los inteligentes.» (Isaías 29:14, 1ªCorintios 1:18). 

Dios nos da la inteligencia y la sabiduría adquirida con el paso del tiempo para comprobar que el lugar en el que vivimos no es fruto de la casualidad, que todo lo que Dios ha creado se rige por una serie de leyes que él puso desde el mismo momento de la creación y de esas leyes nos beneficiamos cada día. Todo el mundo da por supuesto que el sol volverá a salir al día siguiente por el mismo lugar para dar calor y luz a todo ser viviente. Su buen funcionamiento y los cambios que se puedan producir están condicionados a otros factores externos, no es un mundo estático, es cambiante. Nuestra influencia en el mundo natural y el no respetar las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza nos ha llevado a la situación actual, a los niveles de contaminación existentes, a la desaparición de especies, etc. 

Muchas personas sabias llegaron a acercarse a Dios y le dieron a él gloria y honra pero también otros muchos no le reconocieron en las cosas creadas, en la naturaleza, en la inmensidad del firmamento. ¿Y que de aquellos que tienen el privilegio del conocimiento? El apóstol Pablo dice: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el que discute asuntos de este mundo? ¿Acaso no ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Puesto que el mundo, mediante su sabiduría, no reconoció a Dios a través de las obras que manifiestan su sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1ª Corintios 1:20-21). Cumpliéndose así las palabras que Dios dio al profeta Isaías: “por eso, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso, porque perecerá la sabiduría de sus sabios y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos” (Isaías 29:14). 

El apóstol Pablo que había recorrido una buena parte del imperio romano y expuso su fe en el areópago en Atenas ante los grandes pensadores griegos de la época y también en las sinagogas judías dice: "Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura" (1º Corintios 1:22-23). 

Lo mismo que acontecía en época de Pablo también acontece ahora, unos piden razones para creer en Dios, otros piden señales, otros ni con razones ni con señales creen,… hay muchas razones para creer en la existencia de Dios, pero tú solo encontrarás a Dios cuando te acerques a él con fe. Jesús mismo dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8). 

El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. 
Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala. 
Eclesiastés 12:13-14