“De cierto, de cierto os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto”
Juan 12:24
Hablamos poco de la muerte, no queremos pensar en la muerte, la vida produce alegría pero la muerte produce tristeza, oscuridad, incertidumbre, desesperación, ansiedad, etc.
Ayer veía un reportaje sobre la naturaleza, el documental se titulaba “Nuestro Paneta: Supervivencia”, en el cual se habla de la muerte como un suceso imprescindible para dar lugar a la vida de muchas criaturas de nuestro Planeta Tierra, incluido el reino vegetal. Y es así, para poder alimentarnos matamos animales y plantas, y no somos los únicos todo el reino animal y vegetal necesita de la muerte de otros seres para la vida. La vida está ligada a la muerte inexorablemente, algunos insectos solo viven unos pocos días, otros seres del reino animal viven años, otros cientos de años o miles de años. Pero toda vida está ligada a la muerte. Los salmones recorren cientos de quilómetros, luchando hasta la extenuación hasta el lugar de sus orígenes, se aparean, depositan sus huevos y posteriormente mueren, alimentando todo tipo de animales y plantas.
Los sembradores eran conscientes de ello, recogían el fruto de su siembra, por cada grano de trigo hasta un ciento o más, pero el grano sembrado no se recuperaba ese tenía que morir para dar vida a los otros cien.
Cuando Jesús decía “de cierto” y volvía a insistir en lo mismo de nuevo “de cierto” no implicaba que lo que antes había dicho podría ser cierto o no, que podría estar contrastado usando el método científico o no, o que no estaba convencidos si la fuente de información era fiable, era la forma de asegurar al oyente que aquella verdad era absoluta, no cabía en ella relatividad de los tiempos, de las circunstancias, de nuevas investigaciones, etc. Y también era una llamada a la reflexión. Todos y todas eran conscientes de ello, la semilla daba su vida para dar vida.
Cuando queremos hablar de la situación real del hombre ante el pecado citamos el texto bíblico: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:8). Sí, ese fue el castigo para el hombre y la mujer, si vamos a los orígenes, al libro del Génesis Jehová dijo al hombre y la mujer: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Era una ley puesta por el creador, en el hombre estaba la elección de cumplirla o no cumplirla, como la ley de la gravedad, si nos tiramos a un precipicio morimos salvo que llevemos medidas para evitarlo, la ley de la gravedad nos lleva al fondo del precipicio, no podemos eliminar la ley ni cambiarla, solo respetarla. No podemos vivir sin leyes y debemos respetarlas. Después del pecado Jehová dijo: “He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre” (Génesis 3:26). ¿Podéis imaginaros a un hombre, de los muchos que hubo sobre la tierra, tirano, sin compasión, egoísta, con poder absoluto, y que sea indestructible? La muerte en un mundo de pecado es necesaria.
Pero también era necesario un remedio, Dios no podía dejar que aquella obra en la cual había puesto tanto amor fuese destruida para siempre. Durante largo tiempo muchos hombres de Dios habían administrado el misterio de la salvación, del rescate del hombre del pecado, desconociendo incluso cual iba ser el método, como sería el procedimiento, hasta que Dios lo desvelo a su tiempo. Cuando Jesús pudo ver que los gentiles, los que no eran judíos le buscaban, querían conocerle; ni se atrevieron a hablar directamente con él, es a través de sus discípulos que piden audiencia con el Maestro. Jesús comprendió que era la hora de cumplir con su misión, dar la vida para salvar a la humanidad. Como dice Pablo en la segunda parte del texto citado, hay una solución al pecado: ”mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:8).
No entendemos el cómo, pero es a través de la fe y por la obra mediadora de Jesús en la cruz que obtenemos la vida. Una vida que ya no tiene fin, es eterna. El justo ha tenido que morir por los injustos para darnos vida. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1ª Pedro 3:18). El ciclo de la vida continua: nacimiento, vida, muerte, y vuelta a nacer de nuevo,… y la vida de unos seres lleva consigo la muerte de otros. Pero la muerte de Cristo fue una sola vez, ya no habrá más muerte, más dolor de Dios, más sufrimiento de Cristo, estamos aún a tiempo de alcanzar el acercamiento a Dios, a la fuente de la vida, pues aún estamos en el periodo de la gracia. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Después del milagro de los panes y los peces, Jesús dijo a sus discípulos: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54).
Sorpresa en todos, incluso en los discípulos por estas palabras, pues las entendían de forma literal y pensaban para sí, no somos caníbales ni personas incivilizadas, pero el Señor estaba hablando de olvidarse de toda obra, de todo sacrificio, de nuestro orgullo, de nuestras propias fuerzas o de nuestros propios medios para alcanzar la salvación, solo a través de la muerte de Cristo y participando de esa muerte podemos alcanzar la salvación. Es así cuando cobra sentido el acto que hacemos cada domingo en la iglesia a participar del pan y del vino, cumpliendo con lo que Cristo Instituyo. “También tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: —Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después de haber cenado, tomó la copa, diciendo: —Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”. (Lucas 22:19-20).
La muerte de un solo hombre justo y perfecto, y solo por este gesto de amor, la ley fue abolida y nosotros hemos podido nacer de nuevo.
“…porque dice: «En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido.» Ahora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación”
2ª Corintios 6:2