Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.
Zacarías 12:10
¿Somos sensibles a voz de nuestro Dios? ¿Somos sensibles a la muerte del Mesías en la cruz? ¿Somos sensibles al dolor y la necesidad de nuestro prójimo?
Las promesas de Dios siempre se cumplen y esta se ha cumplido, tras la muerte de Cristo sobre los moradores de Jerusalén en el día de pentecostés fue derramado el Espíritu Santo, muchas personas lloraron, se arrepintieron y recibieron el espíritu de gracia y de oración.
Aunque no es fácil para nosotros entender las cosas espirituales, las que tienen que ver con Dios, si utilizamos muchas veces expresiones como: “tiene poco espíritu”, "le falta espíritu de trabajo”, “tiene espíritu de contradicción”, “espíritu de artista”,… todas ellas nos hablan de alguna característica interior del hombre o mujer. Aquí en esta promesa de Dios cita dos importantes características interiores que deben brotar de forma espontánea de aquella o aquel que es temerosa o temeroso de Dios, como si fueran totalmente innatas a su forma de ser y actuar.
Espíritu de gracia. La gracia es un “don o favor, que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita” (RAE). No merecíamos la salvación, no somos dignos del perdón de Dios, tampoco éramos dignos de recibir el Espíritu Santo, pero todo lo hemos recibido por gracia, sin merecerlo. Podemos ser personas que deseemos el castigo de todo aquel que se regocija con aquel que hace el mal o haciendo el mal, de aquel que blasfemia en contra de Dios, de aquel que lo rechaza, que proclama que no existe, que se enfada con Dios sin razón, que solo se acuerda de él cuándo le interesa, etc… los discípulos de Cristo lo desearon a ser rechazados en una ciudad de Samaria:
Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea. (Lucas 9:54-56).
O por el contrario, tener el Espíritu de Dios, de misericordia, de amor, de reconciliación, de dar de gracia sin esperar nada a cambio. Como Jesús enseño a sus discípulos: ”Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13). Y en el momento que fueron enviados a predicar les dijo: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Sus discípulos siguieron este principio y así vemos a Esteban, que lleno del Espíritu Santo, exclamó: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60).
El espíritu de la venganza no se apoderó de los discípulos de Jesús ni de los que posteriormente recogieron el testigo, pues en el momento que sus compatriotas reconocieron lo que habían hecho al ser partícipes y culpables en la muerte de Cristo no los condenaron ni los despreciaron, al contrario, les dan una salida:
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Hechos 2:37-38
La promesa de Dios, nuestro Señor, aquel “que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre” (Zacarías 12:1), ha sido cumplida y nos ha dado espíritu de gracia y de misericordia.
El Señor de todo y de todos cumple siempre sus promesas, como decía el profeta Isaías: “Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza” (Isaías 25:1).
Espíritu de oración. Es imprescindible que en nuestro interior haya un profundo deseo de permanecer en tiempos de soledad, "en lo secreto" con nuestro Señor. Tiempos de intimidad, tiempos de confesión, de apertura de nuestro corazón, de examen, de adoración, de reconocimiento se su superioridad, de su gracia, de su misericordia, etc. Ese era el deseo de David:
Me anticipé al alba, y clamé;Esperé en tu palabra.
Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche,
Para meditar en tus mandatos.
Salmo 119:147-148
Era asimismo la costumbre de Jesús y posteriormente de sus discípulos: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35).
El apóstol Pablo ruega a todos los creyentes en su epístola a los Efesios: "orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;" (Efesios 6:18). Desde lo más profundo de nuestro ser debe brotar esa necesidad de orar, de hablar con nuestro Dios a solas, en nuestro corazón estará el deseo de postrarnos de rodillas ante Él, en actitud de humildad, de aprendizaje, dispuesto a escuchar, dispuesto a ser transformado por medio de su Espiritu Santo y su palabra.
Las palabras de Pablo a la incipiente iglesia eran las mismas:
Colosenses 4:2-6