"Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas".
Mateo 6:24, Lucas 16:13
Anoche, antes de acostarme el Señor trajo a mi mente este texto. Lo había leído muchas veces, había meditado en el pero no lo había visto desde la perspectiva de las decisiones. A lo largo de nuestra vida tenemos que tomar decisiones, a cada momento, cada día; en el trabajo, en el ámbito social, familiar o personal. Jesús apela a esta cuestión, ¿cuál es la decisión que debes adoptar? ¿Servir a Dios y obrar con justicia, con equidad, honradamente o usar la mentira, la explotación, la injusticia, el engaño para enriquecerte y tener más riquezas de las que tienes? ¿Debemos pagar nuestros impuestos o si podemos defraudar y nadie se entera defraudamos?
No tiene por qué ocurrir lo que le pasó al joven rico con Jesús, que tuvo que decidir si mantener su forma de vida, con sus riquezas, su casa, su posición social, etc. o dejarlo todo para alcanzar el Reino de los cielos. Día tras día tomamos decisiones y debemos pensar si esas decisiones las tomamos de acuerdo a los mandamientos, la voluntad de Dios, el ejemplo de Cristo o según nuestros criterios y nuestros intereses personales o económicos.
Estos días atrás he estado preparando un tema para tratar en clase con mis alumnos y alumnas de 2º de bachillerato, la teoría de la decisión. Sí, la teoría de la decisión en el ámbito personal o del mundo económico o empresarial es clara siempre, debemos tomar las decisiones minimizando los riesgos y aumentando los beneficios, por supuesto los nuestros, no los del otro.
En el evangelio de Lucas y en el capítulo 12, versículos 35 a 37, Jesús hace una reflexión sobre cuál debe ser nuestra actitud diaria: ”Tened vuestra cintura ceñida y vuestras lámparas encendidas; sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que, cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá y hará que se sienten a la mesa y vendrá a servirles”.
Nuestra actitud debe de ser la de siervos en alerta y vigilantes, realizando las tareas que nuestro Señor nos ha encomendado, alumbrando a los que están a nuestro alrededor con la luz de nuestro Dios, como Jesús dijo a sus discípulos durante la noche en el monte de los olivos y antes de ser entregado, siendo él consciente de lo que le iba a ocurrir: el desprecio, el maltrato, el dolor y la muerte. “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. (Mateo 26:41). Sí, el antídoto para ganar la pelea contra la fuerte tentación del diablo es estar en alerta frente a los ataques, vigilante y pedir socorro a Dios a través del gran instrumento que él nos ha regalado que es la oración.
Me sorprende las palabras de Jesús en cuanto a la actitud del Señor hacia sus siervos: “se ceñirá y hará que se sienten a la mesa y vendrá a servirles”. Me recuerda a la actitud de humildad y servicio que Jesús tuvo con sus discípulos cuando lavo sus pies, allí también quedo registrada la actitud de Pedro despreciando el gesto que el Maestro tenía con ellos. ¿Cuántas veces somos tan orgullosos que no dejamos que el Señor actúe en nuestras vidas, nos consuele, nos ayude y sea de bendición para nosotros?
Por otro lado me pregunto: ¿Cuántas veces nosotros nos hemos ceñido para ayudar al hermano? La palabra de Dios dice: “Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis, porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:16). Aquí tenemos el ejemplo del Señor, no es nuevo pues lo hizo con sus siervos a lo largo de la historia luego que estos le habían servido y cuando estaban cansados, tristes, abatidos, desanimados, desconsolados, etc. como Elías, Jeremías… ¡Grande, misericordioso y bondadoso es nuestro Dios!
Pero Él quiere que nosotros le obedezcamos, nos pongamos a su servicio, pues pondrá a nuestro servicio los medios que necesitemos. No esperemos que las cosas vayan bien cuando nosotros no lo ponemos a Él en primer lugar por encima de nuestras prioridades, o cuando nosotros no obremos en acorde a sus mandamientos.
Cuando nosotros ponemos la prioridad en las cosas materiales, en nuestra prosperidad económica, en nuestra promoción social, en agradar a los que tenemos a nuestro alrededor en lugar de agradar a Dios, permitiendo la injusticia, la murmuración, el odio, los insultos, las blasfemias, el engaño, etc. Es posible que seamos aceptados por el mundo en el que vivimos, incluso queridos, venerados y apreciados, pero hemos dejado de ser luz y sal en esta tierra y testigos de la persona de Jesucristo. Es más nuestras decisiones no van a estar en acorde a la voluntad de Dios pues están supeditadas a nuestros intereses a las relaciones o los bienes materiales de esta vida perenne.
«El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.»
Hebreos 13:5-6